Ahí estaba rodeada de sus alumnos entorno a la estufa. El las brazas calentaban el aula pero ella sabía entibiar el alma. Todos le escuchaban con atención, esperando la sorpresa o el relato que cada día les ofrecía… A veces usaban el mapa, otras veces libros ilustrados, láminas, títeres o un sencillo relato; la clave era como ella lo presentaba, el modo en que se sentaban todos en rueda sobre la alfombra mientras el fuego los alumbraba. Poco a poco recuperaban el color en sus rostros luego del frío de la caminata mientas escuchaban con atención y participaban.
Su didáctica era sencilla pero al mismo tiempo profunda y muy constructiva, todos tenían un espacio, repasaban juntos las responsabilidades del día, las metas planificadas y en ocasiones era el momento para tratar aquel asunto del que todos sabían y nadie quería hablar. Ella aprovechaba bien ese espacio para enseñarles de distintas áreas no dejaba a un lado su rol docente, pero lo hacía de un modo tan natural como entretejido entre sus palabras… Era un momento único, el que más disfrutábamos del día, allí los planes no ahogaban, la calificaciones no se imponían y pero el acto educativo persistía y la experiencia formativa nos elevaba.
De todo lo que le vi hacer fue el ámbito de la estufa lo que más grabado quedó en mí, allí me sentí niño otra vez, alumno y protagonista también.
Así era como la maestra Laura recibía a sus alumnos en aquella escuela rural, así es como muchos maestros viven en el anonimato su pasión y su servicio, lejos de toda calificación, efectividad o puntaje que los pueda evaluar justamente… Sus alumnos le recordarán seguramente como yo le recuerdo y se verán más de una vez sentados alrededor de la estufa…
viernes, 6 de noviembre de 2009
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1 comentario:
Bueno... me emocioné. Soy testigo de eso y fue un placer compartir esas experiencias únicas.
¡Cuántos sentimientos! ¡Cuántos recuerdos! ¡Cómo olvidar esas caritas! Y un recuerdo muy especial para una de sus alumnas...
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