sábado, 17 de julio de 2010

Educar o Aguantar en el Aula

No sólo el aula es un sitio para aprender

¿Extener el horario escolar singifica más de lo mismo?


Muchas veces he escuchado la expresión “es mejor que los niños y los jóvenes estén en los centros educativos que en la calle”, sin dudas que esta afirmación es muy acertada. Pero hasta qué punto el centro educativo deja de ser una institución de enseñanza para transformarse en una “aguantadero” o guardería de niños y jóvenes.
Tanto en el ámbito público como en el privado se propone aumentar la carga horaria de los alumnos como solución a varias de las necesidades y realidades sociales existentes – delincuencia, fragmentación social, abandono, dificultades de aprendizaje, ampliación del currículo escolar, aumento cualitativo de la demanda educativa, extensos horarios de trabajo de padres y adultos responsables de los menores, etc…- Todas muy válidas y de distinta índole.
Cuando se trata este tema muchos docentes se niegan y se les “achaca” (acusa) socialmente de no querer trabajar más horas y de estar mal acostumbrados a jornadas cortas… No voy a negar en este artículo que muchos docentes desean trabajar menos horas, ¿quién no? Y que además les molestaría aumentar la carga horaria… Pero seamos sinceros y vayamos al grano la mayor problemática a la que se enfrenta la extensión del horario escolar es otra.
¿Por qué el simple hecho de aumentar el horario escolar lo garantiza una mejora educativa ni social?
Sencillamente porque más tiempo no significa más calidad educativa.
Las escuelas recogen alumnos con una inmensa problemática social y familiar, muchos de ellos carecen de los hábitos más simples de higiene, alimentación y convivencia –sin escapar ningún sector social- así como de la contención familiar necesaria para el desarrollo de un “psiquismo” sano o en otras palabras para la conformación de un individuo saludable física, mental y emocionalmente. Podría pensarse entonces que la mejor solución para esta realidad que nos desborda es justamente aumentar el horario en que los alumnos se hallan en el centro educativo a fin de brindarle todo aquello que su familia no le proporciona. ¡Grave error!, el docente, más específicamente, el maestro o profesor, no es un profesional formado para cumplir el rol de padre o madre. Más allá de los esfuerzos que muchos realizan y que merecen nuestro mayor reconocimiento, la función del docente no es un “apostolado”, en la que muchos se basan para cargarles al hombro cruces que no les corresponden.
Son profesionales que trabajan igual que otros para vivir de los ingresos que les proporciona la tarea que realiza. Existe una mala concepción social de que la única recompensa de un docente es ver a sus alumnos crecer como personas.
La preparación que recibe este profesional es de formador, de educador, de brindar a los alumnos estrategias de aprendizaje, o más bien debería decir, de poner a los alumnos en situación de aprendizaje –aplicando el concepto de situaciones a-didácticas de Brousseau, al cual me sumo- y procurar que construyan conocimientos significativos. Es cierto que los conocimientos que procuramos transmitir o construir con ellos no son sólo los aportes de distintas disciplinas científicas (matemática, lenguaje, física, química, historia, geografía, etc.) sino también un cúmulo de valores sociales que nos hacen como “personas”. Por eso hace un buen tiempo se puso de “moda” hablar de contenidos educativos conceptuales, procedimentales y actitudinales – según nos explica Pozo- , siendo estos últimos los que parecen más carentes en nuestra sociedad global. No discrepo con esta idea, cuando un docente enseña: forma, y le debe dar suma importancia a la carga de valores sociales que procura favorecer en sus alumnos. Esto no es más que la función de agente de la socialización que tiene y que tanto le pesa –de la que nos hablaba el “viejo y querido” Durkheim. Pero esta función no es la única que posee, también está formado para brindarle a sus alumnos conocimientos que la humanidad en su conjunto a recogido y que parecen quedar en segundo plano frente a la realidad de una extensión horaria que busca solucionar problemas de índole social y no tanto educativos, y que además carga a los docentes con un peso para el que no están ni preparados ni dentro de su rol.
Muchas veces he sentido el deseo de gritar. ¡No quiero ser padre de mis alumnos, quiero ser su maestro! Jamás asumiría una responsabilidad que no me compete, ayudar en la tarea claro que sí, pero ocupar un rol que sería tan nocivo para el alumno como la ausencia del mismo, eso sí que no lo deseo, ni para mí ni para ningún docente que se precie. Ser padre o madre es para toda la vida en cambio ser docente dura un año lectivo.
Si vamos a extender el horario hagámoslo con coherencia, brindándole a los alumnos una mayor oferta educativa y locativa. Tampoco construyendo más salones se arreglan las cosas, sino ampliando los espacios educativos –gimnasios, talleres, teatros, campamentos, bibliotecas- que en muchos casos pueden estar fuera de la escuela.
Cuando el horario se extiende la escuela corre el peligro de convertirse en una cárcel para los alumnos que se sienten bajo control y para el docente que lo vivencia como carcelero. No es novedad mía que los centros educativos tienen mucho en común con las cárceles ya lo decía Foucault; por ello es preciso extender la oferta educativa, sustancialmente.
Extender el horario sí, pero no bajo la simple tutela de los docentes en el salón de clase. Extender en horarios, significaría que se extiendan también los espacios, físicos y de participación. A qué me refiero, a que se construyan centros recreativos, deportivos y de asistencia psicológica. Donde convivan docentes, médicos, psicólogos, asistentes sociales y otros profesionales vinculados a la problemática que queremos atacar. No mandemos a los docentes a “la guerra con un tenedor” y creemos un falso discurso político de “más educación igual a mayor carga horaria”, depositando cruelmente la responsabilidad del total éxito de proceso de socialización en los docentes y ya no en otros miembros de la sociedad.
Conozco un excelente profesor de literatura, calificado y efectivo, trabajaba en un centro educativo complejo socialmente desfavorable. Un día me dijo tuve que hacer a un lado los mejores autores de la literatura mundial para enseñarles a mis alumnos como lavarse los dientes… Veamos las cosas desde esta perspectiva, ¿aquel docente que ama las letras, las artes o los números, que tiene la habilidad de cobrarlos de significado para sus alumnos, merece la frustración de tener que dejar de lado aquello para lo que se formó para tomar un rol que no le compete y para el cuál no recibió ningún tipo de preparación? Sin dudas que no, no lo merece y no debe ser de ese modo, porque entonces estamos limitando el conocimiento de la humanidad a unos pocos…
Si queremos atacar una necesidad de aumentar la oferta educativa hay que hacerlo sustantivamente, es decir, cuantitativa y cualitativamente. Es importante además integrar a los padres y adultos responsables a fin de ayudarlos en la tarea de formar a sus hijos y no sólo hacerla por ellos.
También es preciso poner a disposición de los alumnos, docentes y otros profesionales recursos reales y no ficticios. Quien no sintió satisfacción cuando le informaron que un psicólogo trabajaría en vuestro centro educativo y luego sintió la frustración cuando le dijeron que sólo era para orientar a los docentes en “algunos casos puntuales” y que no trabajaría con los alumnos directamente. ¡Vamos! Dejemos de hacernos trampas al solitario, debemos poner de verdad todos los recursos profesionales disponibles al alcance de nuestros alumnos si en verdad queremos una mayor educación una mejor integración social. Sin menor importancia son los recursos físicos que hacen y crean a un buen ambiente educativo, para qué tener un aula llena de computadoras (ordenadores) si después no hay un profesor calificado, ni un servicio técnico disponible… Sin duda que requiere un esfuerzo económico, estructural y social de parte del Estado y de toda Empresa Educativa Privada, un esfuerzo en el que los decentes acompañen pero no en el que sean los únicos en la batalla. Valdrá la pena ese esfuerzo colectivo si lo que pretendemos en mejorar la calidad educativa y social y no tan sólo crear espacios de depósitos de menores y de responsabilidades de sus adultos a cargo.
Finalizo con la reflexión de un querido alumno: “Maestro podemos venir otro día a la biblioteca municipal así perdemos tiempo de estar en la escuela”. Me uno a este alumno y digo: Ojalá perdamos más tiempo de escuela y recuperemos más tiempo de otros espacios educativos significativos…

Mtro. Carlos García Egures

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