miércoles, 20 de octubre de 2010

El juego entendido como un fenómeno psicológico

¿Para qué jugar?



El juego es una necesidad. Jugar es necesario, tanto para el niño como para el adulto, aunque para cada uno tiene un significado diferente. En el adulto el juego implica distracción, entretenimiento, descanso, alivio y distensión; un tomar distancia de sus preocupaciones y ocupaciones; un "perder el tiempo" de sus obligaciones de adulto para "ganarlo" en placer en tanto que es persona. Para el niño, en cambio, el juego es una función básica, un comportamiento totalizador que compromete sus percepciones, su sensitividad, su motricidad, su inteligencia, su afectividad y su comunicación; no es un simple pasatiempo ni una distracción pasajera; mucho menos aún, una "pérdida de tiempo porque sí"...como muchas veces creen y manifiestan los padres.
Al niño le hace falta jugar, solo o con otros, con o sin juguetes... pero jugar. Para él, el juego tiene una doble función: por un lado de aprendizaje y, por otro, terapéutica. Mediante el juego el niño aprende a conocer el mundo de los objetos, a sí mismo y a los demás. Al principio es individualista y, más tarde, se transforma en aprendizaje de la convivencia y la sociabilidad, preparándolo para la vida en comunidad. A través del juego el niño se pone a prueba a sí mismo, a sus facultades y capacidades en desarrollo, ejercitándose permanentemente en el riesgo implícito de nuevas experiencias. Es en el juego donde el niño se siente omnipotente, ya que por medio de él puede conquistar su autonomía, construyendo un mundo del que es el soberano.

El juego como forma de expresión


Por medio del juego el niño expresa sus necesidades y deseos; revela quejas, temores y estados de ánimo que no puede comunicar a los demás directamente; descarga ansiedades y tensiones que no le resultan posibles de exteriorizar de otro modo; maneja y controla situaciones negativas y dolorosas que ha sufrido en silencio y sin poder defenderse, transformándose en sujeto activo de hechos que ha vivido pasivamente; metaboliza acontecimientos cotidianos difíciles de aceptar y asimilar; y elabora situaciones y experiencias traumáticas.
El niño necesita jugar para aprender. Pero así como aprende jugando, también tiene que aprender a jugar... Y es el adulto quien debe hacérselo posible.
Si bien existen juguetes específicos para las distintas edades, el niño puede jugar con cualquiera de ellos o con cualquier objeto que tenga a su alcance, claro está, siempre que no signifiquen un peligro para él. Lo que importa aquí es que el adulto no "dirija" su juego, "obligándolo" a jugar de tal o cual modo, según "corresponda" por lo que tenga en las manos. Si el adulto a cargo va a condicionar el juego del niño, por ejemplo, al cuidado del juguete que le entrega para usar (por ser delicado, rompible, valioso, costoso, etc.), es preferible que le dé otra cosa para jugar. El niño (sobre todo el pequeño) necesita tocar y manipular los objetos para descubrir por sí mismo cómo son, qué puede hacer con ellos y para qué pueden servirle. Si el adulto que está con él, por ejemplo, le muestra y mueve graciosamente algo ante sus ojos, lo primero que el niño va a hacer es estirar su mano y pretender tomarlo. Suele suceder que ese objeto mostrado era sólo
"para ser mirado" y el adulto se lo niega con un "no" rotundo pero, al mismo tiempo, sonríe ampliamente y le dice -"mira... mira"- , "enseñándole" de este modo un comportamiento contradictorio mientras le impide su propia experiencia de aprendizaje. Entregar el juguete adecuado para que el niño lo utilice de acuerdo a sus necesidades y sin exigirle limitaciones erróneas es responsabilidad exclusiva del adulto. No es lo mismo reprender a un niño de 2 años porque rompió una pista de autos a control remoto, que a uno de 12 porque destrozó un autito de colección. No tiene igual significado el hecho de que a los 2 años un niño demuela de un manotazo la torre de cubos que acaba de construir, que a los 12 destruya a patadas lo que termina de armar.
Es importante considerar el error que muchas veces cometen los padres cuando "fuerzan" al hijo a compartir juegos y juguetes en un tiempo en el que aún no está preparado para el juego social. Antes de los 3 años el niño disfruta jugando solo, o en compañía de alguien, pero sin compartir, y es preciso que no se lo "obligue" a hacerlo.
Imprescindible resulta también el hecho de que el niño, desde muy pequeño, aprenda tanto a ganar como a perder en el juego, preparándose para trasladar y aplicar este aprendizaje a la vida cotidiana. Es muy común que el adulto, amparado en expresiones tales como -"pobrecito, es tan chiquito...¿cómo lo voy a hacer perder?..."- engañe al niño haciéndole creer que es capaz y puede ganar siempre, alimentándole de ese modo una falsa omnipotencia que finalmente le traerá incalculables trastornos en su vida individual y social cada vez que le toque perder, realmente.
No caben dudas de que el juego es una actividad básica y primordial para el desarrollo del niño; por tanto, las actitudes y comportamientos de los padres y demás familiares ante el juego, los juguetes y el jugar del niño imprimirán huellas imborrables en su personalidad en formación. Por esto, en todo momento y ante cualquier circunstancia, es necesario recordar y tener presente que la salud física, mental y emocional de todo niño depende del marco dentro del cual los padres le permitan crecer.

fuente: educarecuador.ec

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