Está en todos los discursos: “Se necesita más educación para evitar la violencia, la desintegración social, la marginación, la delincuencia,...” Es una consigna histórica, casi un cliché trillado y repetido; una obviedad y un caballito de batalla de políticos, filósofos y parlanchines de todo tenor. Entonces cabe preguntarse: ¿en qué consiste la educación? ¿Qué tipo de educación es necesaria para un intento con pretensiones de éxito frente a estos problemas? ¿Qué otros factores se deberán aglutinar junto con lo estrictamente educativo, a modo de conformar una alianza cultural que asegure progresos en el sentido que se busca? ¿Se está realmente dispuesto a un esfuerzo radical y decidido (y por demás necesario) para promover una revolución cultural y un cambio profundo de las estructuras sociales y mentales que sostienen y retroalimentan estas problemáticas? ¿Se seguirá apostando por medidas causi-estériles, cortoplacistas y aisladas, que se saben de antemano insuficientes?
Para hacer un análisis medianamente responsable es necesario ir a la base, a la raíz (aplicar el correcto significado de la palabra radical, satanizado tendenciosamente por los conservadores).Y la raíz, la esencia, es el ser humano y su organización social. El ser humano y el conjunto de estructuras que conforman la realidad existencial.
¿Qué rasgos distintivos presenta la sociedad uruguaya actual y las personas que la conforman? ¿Cuáles son los problemas más acuciantes para esos conglomerados humanos? Dos preguntas claves para comenzar a pensar y a vislumbrar respuestas que vallan garabateando un horizonte de alternativas viables y sustentables al desafío que hoy se plantea: ¿qué y cómo puede hacer la educación para lograr cambiar las condiciones sociales, para ir a la construcción de una sociedad más justa, inteligente, culta, sensible y humana?
Sabido es que la sociedad uruguaya, así como la de la totalidad de los países capitalistas está conformada por clases sociales, pero los grandes problemas que presentan involucran a su conjunto (a todas las clases) de una u otra manera. Pongamos un ejemplo: en el problema de la delincuencia, no solo las personas marginales y con escasísimo nivel cultural son la matriz del asunto, también un ciudadano de clase social alta, con alto nivel educativo pero esencialmente egoísta, individualista, hedonista e insensible, también lo es. El primero es empujado al robo, la violencia y la degradación moral y física por su entrono y su realidad (marginación, miseria, falta de valores, nula autoestima, etc.) y el otro incapaz de hacer algo para tratar de evitar que otros seres humanos se sigan corrompiendo, que la brecha entre clases se siga profundizando. Es su cultura, la del consumismo y la frivolidad, la que se trasmite por todos los medio y estalla de la peor forma en las mentes más traumatizadas y alienadas por la miseria y las drogas. Es el cóctel perfecto de irracionalidad y resentimiento que desemboca en violencia bestial. Lo que pasa es que desde hace muchos años la pobreza es un problema de los pobres para las clases más acomodadas; sólo se preocupan cuando las consecuencias del problema llegan a niveles críticos y la violencia los envuelve y los martiriza llevándose vidas y bienes. Sólo ahí, parece que ponen pie a tierra, pero la reacción casi siempre va en dirección de más medidas represivas, cárceles, paramilitares, medidas de seguridad extremas. En definitiva, más desintegración social, más fragmentación, más enfrentamiento y violencia. No se atacan las causas del problema sino sus consecuencias, y la historia continúa. Eso es los que nos toca vivir hoy.
Volviendo al núcleo del análisis: ¿qué acciones educativas serían las más potentes para transitar un camino de soluciones al problema de la desintegración social, la delincuencia y la violencia en nuestras sociedades? Estoy convencido de que si no existiera ni un ser humano martirizado por la insatisfacción de las necesidades básicas, los abusos y la violencia, los índices de delincuencia serían mínimos. Tendríamos otra sociedad, mucha más plena y armónica, realmente integrada. Entonces se trata de separar, de cortar el vínculo que une a muchos seres humanos con esas condiciones espantosas que lo vuelven rápida e irremediablemente en una bestia desalmada. Pero el problema es complejo, ya que cada niño que nace destinado a esas lamentables condiciones de vida, nace en el seno de una familia portadora de nefastas influencias que se vienen trasmitiendo de generación en generación. Entonces tenemos que atacar el problema de distinta manera, según a quién esté destinada la ayuda. Como el problema no es una cuestión de todo o nada, sino de grado; tenemos que hacer llegar los medios necesarios para generar oportunidades de cambio en los adultos: correcta alimentación e higiene, empleo, mejoramiento de las condiciones de la vivienda, asistencia sanitaria, psicológica, etc. En definitiva un tremendo esfuerzo humano y económico organizado. Habrá muchos que por su alto grado de alienación y deformación rechazarán todo tipo de ayuda que les demande un mínimo esfuerzo, tal vez sean los insalvables cuyo destino estará en los centros de reclusión donde el trabajo también estará presente como método de corrección y castigo.
Pero habrán otros que estarán dispuestos a transitar el camino de la humanización, sobre todo si les hacemos comprender que de verdad nos interesamos por ellos porque los vemos como seres humanos con iguales derechos que nosotros, que queremos ayudarlos porque sentimos su dolor y su situación nos angustia, porque poseemos conciencia social y somos capaces de visualizarnos como especie, rompiendo los perimidos esquemas del individualismo.
Mientras estos procesos se desarrollan en la vida de los adultos, en los niños y adolescentes habrá que actuar como se dijo, aislándolos de los factores sociales deformantes que emanan de la urbanidad marginal, de la basura material e intelectual que irradian nuestras ciudades. Son necesarios otros ambientes, otros contenidos, otras influencias para ir creando el cambio de mentalidad que buscamos. En ese sentido el ambiente rural, la vida comunitaria en escuelas-colonias, donde se respire respeto por el trabajo intelectual y manual en forma cooperativa, comprenden un horizonte alternativo. Porque donde haya esfuerzo constante, dedicación, producción cooperativa y valores, junto a al rechazo radical ante cualquier intento de individualismo, soberbia, violencia e insensibilidad por parte de niños, jóvenes o adultos; se irán conformando las simientes de una nueva sociedad. De aquí saldrán los hombres nuevos que forjarán la nueva sociedad.
Como se dijo, esto no es sólo el problema de una clase social, sino de todos. Si bien los pobres son el eslabón más débil y el sector más vulnerable a los efectos deformantes de esta cultura antihumana y bárbara, también las capas medias y altas están afectadas. La insensibilidad, la búsqueda del placer inmediato, del éxito instantáneo, la frivolidad, la comodidad, el individualismo y la alienación atraviesan todos los estratos sociales en forma transversal. Todo gobierno serio y dispuesto a dar una lucha frontal para mejorar las condiciones de vida de la población y promover la revolución cultural se tendrá que meter con los grandes medios de comunicación. Que no son otra cosa que grandes empresas con fines de lucro, mucho más interesadas en el marketing y en promover el consumo inconsciente, que en impulsar contenidos culturales que ayuden a la gente a ser más libres e independientes respecto al mercado y sus prácticas.
Vivimos bajo una dictadura mediática alienante. Si no fuera así, como se justifican 8 o 10 horas por día de contenidos banales, chabacanería chismes y pavadas. A eso hay que sumarle la publicidad y las noticias catastróficas, el recorte policial, las novelas, etc. ¿Qué queda para la cultura, el desarrollo de la conciencia y la sensibilidad? Casi nada.
Por eso reclamamos una intervención enérgica por parte de los gobiernos, a fin de limitar este tipo de contenidos. No se trata de impedirlos, cualquiera es libre de atentar contra su salud mental y tiene el derecho a idiotizarse, pero también debe tener derecho a probar otra cosa, a tener un espectro más amplio de contenidos y propuestas para ver y oír. Lo que reclamamos es que haya más equilibrio, que la flecha de las propuestas radiales y televisivas no esté tan sesgada para el lado de la tilingería, la banalidad y el consumismo. ¿Podrá ser?
También deberá de haber más control respecto a los cyber y a los juegos electrónicos a los que acceden nuestros niños. Muchos cyber no tienen ningún tipo de filtro para prohibir el acceso a páginas peligrosas, sobre todo a pornografía (20% de las páginas Web son pornográficas). Y muchos juegos electrónicos se basan en formatos que promueven explícitamente la criminalidad, la violencia y la muerte. Es decir, aquí tenemos una fuente de antivalores peligrosísima que actúa con el camufle del entrenamiento. ¿Por qué nadie hace nada ante esto?
La clase media está mayormente afectada por la sobreexplotación, sobre ella recaen la mayoría de los impuestos y la presión consumista. Como resultado se manifiesta una tendencia reaccionaria hacia los pobres, al mismo tiempo que se idolatra y persigue el modo de vida de las clases más acomodadas. Es una lucha por mantener un status y una ilusión de ascender en la escala social por la vía de los ingresos económicos y la posesión de vienes materiales. No queda tiempo para reflexionar, sensibilizarse y trabajar en proyectos colectivos que ayuden a construir una sociedad mejor. El sistema ha logrado compartimentar y aislar también a este sector por medio de sus dispositivos económicos y la cultura mediática. Abundan los casos de personas que trabajan 10 o 12 horas por día y si les queda algo de tiempo y energía lo dedican a mirar TV, chatear, mandar mensajes con el celular, leer el horóscopo, etc. Esas personas están abstraídas, estresadas y alienadas y no encuentran el camino para librarse de esa situación. Lo peor es que están creídas que la solución es de tipo individual y hasta cuasi-mágica. Algunos se encomiendan a religiones inescrupulosas que ofrecen el milagro instantáneo, otros se abrazan a los vicios, recurren al tarot y cualquier clase de escape que les prometa la ansiada liberación. ¿Qué se puede hacer ante esto? Desacelerar, tratar de juntarnos, reflexionar, cooperar, involucrarnos en proyectos colectivos que promuevan la mejora de la sociedad, convencer a otros para participar honesta y desinteresadamente Nada da más satisfacción que ayudar a los demás, que socializar los problemas y unirnos para reclamar cambios en las cosas que están mal. En definitiva luchar, luchar juntos, militar por la vida, vivir por fuera de los mecanismos perversos de la sociedad de consumo. Hay mil formas: sociedades de socorro, protectoras de animales, sindicatos, etc. Es practicar la solidaridad y el compromiso social. Ayudando a otros también nos ayudamos a nosotros, estamos todos en el mismo barco que hace agua por todos lados. Pero no solo se trata de poner alivio a las yagas que va provocando el sistema, para que éste siga actuando sin sobresaltos, se trata también de reclamar para cambiar, porque sabemos que otro mundo es posible y porque no queremos ni aceptamos la basura que nos quieren hacer comer todos los días. Compasivos y solidarios sí, pero no idiotas y resignados. Acción, reflexión, conciencia y lucha, esa es la consigna.
Con cada pequeña acción de reflexión y lucha que hagamos en este sentido le estaremos asestando un nuevo golpe al sistema avanzando hacia su sustitución por algo merecidamente mejor. Y al hacerlo, créanlo, nos sentiremos útiles y liberados.
Boris Caballero
lunes, 15 de febrero de 2010
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